martes, 30 de julio de 2013

Nunca es tarde

Antes de empezar el relato debo decir que mi intención era que el narrador sea alguien mas, por ejemplo la camarera. Sospecho que ella me ama a pesar de que lo disimula muy bien tratándome con una total indiferencia. Sin embargo opte por narrar yo mismo por una simple razón. Si quien contara la historia fuera alguien mas esa persona debería leerme la mente y esa posibilidad me aterra.

Llegue a las 11 de la noche al bar de siempre ubicado en calle Esquiu, entre 4 de Enero y Urquiza Fui hasta el cantinero y le pregunte como venia la noche. Me dijo que no había nadie interesante. El bar era un refugio oscuro. Especial para borrachos y timberos. Casi no iban mujeres. Los hombres bebíanreían y jugaban al truco hasta el amanecer.

Iba siempre a ese lugar por que me ayudaba a recordar. Se parecía bastante al club "Compadres Unidos" de Vera. Solía ir a ese club en mi niñez con mi abuelo. El pueblo era muy aburrido y ver a mi abuelo jugar al truco o a las bochas era mejor que nada. Ese pueblo se parecía a otro. O tal vez a muchos. Pero especialmente a Macondo. La casa de mas de 100 años estaba a una cuadra del club y hasta tenia su propia compania bananera, que en este caso se llamaba La Forestal.

Después de terminar el segundo porron decidí jugar al truco a pesar de que no hubiera fanfarrones esa noche. A decir verdad solamente me gustaba jugar con tipos que se pretendían invencibles. Los que eran talentosos, tramposos o solo tenían una buena racha. La estrategia contra ellos era ser impredecible. Mezclaba las cartas desparramandolas en la mesa. Cantaba truco con un 5 pero no con el as de bastos y mentía con 21 pero no con 32. A veces funcionaba y me regocijaba con la derrota del pretendido campeón  Ese era mi premio. Las apuestas no me interesaban pero de todos modos tenia que hacerlas.

Esa noche, no había tipos así.  Un pibe que sobraba en una mesa de 6 acepto el desafió. La camarera nos acerco un mazo de naipes y pensé que era una noche ideal para caminar con ella. Era invierno pero parecía otoño, la estación de los abrazos.

No los voy a aburrir con el transcurso del partido por que a decir verdad no lo recuerdo. Desperté y me encontré jugando la ultima mano del bueno. Los dos a un punto. Mi rival mezclo y yo corte. Mientras el repartía pensé en mis rivales predilectos, el negro y la novia del entrerriano. El negro era un jugador talentoso y la novia del entrerriano tenia mucha suerte. Ambos eran casi invencibles.

Levante las cartas. Me había tocado una mano malisima. El as de espadas, un 2 y el 4 de copas. Cualquier 3 q tuviera mi rival le alcanzaba para ganarme. Pensé que el 3 era una carta mediocre y también en q nunca seria peronista ni hincha de boca. 

Todo el mundo es peronista o hincha de boca. Mi abuelo por ejemplo. Recordé que el fue el que me llevo por primera vez a la cancha. Un partido Colon Velez que termino 1 a 1. Me acuerdo q jugaron Chilavert y Fuertes. Me resulta injusto no recordar el nombre del lineman o del juvenil que estuvo en el banco y nunca llego a debutar. 

Jugué el as de espadas y mi rival jugo un 5. Pensé en los errores cometidos en las manos anteriores. Y también en los cometidos en mi vida. Es fácil echarle la culpa a los demás. Pero lo cierto es q uno es libre. Pensé en Natalia. 

Jugué el 4 para alargar la expectativa, mi rival respondió con una sota. Note entonces que me había quedado sin puchos y le pedí uno a mi rival. Para mi sorpresa el fumaba Parisienes. Hacia mucho que no veía esos cigarrillos, de hecho pensaba que ya no existían. Lo prendí, me dispuse a utilizar la chapita del porron como cenicero y nuevamente me invadieron los recuerdos. La desesperación, el desengaño, la resignación, las emociones fuertes que aparecían de la nada.

Me quedaba el 2. Pensé en que algunas veces las virtudes y los defectos se confunden. Pensé también en lo ingrato que había sido y en que la única disculpa verdadera es la q no se dice. La camarera se había ido y el cantinero echaba a unos borrachos. Recién entonces mire fijo a mi rival.

No era un pelele que había aceptado el juego de puro gusto. Yo era el rival que lo motivaba. Lo vi en su cara. El jugaba conmigo para demostrarme q yo podía perder. Me parecía conocerlo de antes. Me miro a los ojos y todo tuvo sentido. Ese rival era yo mismo, antes de convertirme en un fanfarrón. En esa mano me estaba jugando la vida.

Mi rival jugo su ultima carta...

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