lunes, 9 de septiembre de 2013

El capitalismo y los pibes de Buenos Aires, Córdoba y Rosario

Escrito por Carlos del Frade para la Agencia Pelota de Trapo

Hay 30 mil detenidos en las cárceles de la provincia de Buenos Aires, el primer estado de la República Argentina, y la mayoría de ellos son pibes y pibas menores de veinticinco años. Para la Comisión de la Memoria bonaerense, las fuerzas de seguridad esclavizan a muchos de ellos y les dicen que si no venden drogas o roban les va a pasar lo mismo que a Luciano Arruga, los terminarán matando. En la provincia de Santa Fe, mientras tanto, en los últimos dos años se detuvieron 120 chicos entre 16 y 18 años, relacionados al negocio de la venta de estupefacientes, mientras no hay ni media docena de grandes empresarios detenidos que fueran identificados como inversores en la importación de cocaína. Y en Córdoba, este 6 de setiembre se cumplirá 22 años del asesinato del ex senador provincial, Regino Madres, que denunció, allá por 1991, que la droga era repartida en las camionetas de la Empresa Provincial de la Energía con absoluto conocimiento del poder político de entonces.

Postales que hablan a las claras de la continuidad del negocio narco en las principales provincias argentinas y de su principal consecuencia: la sangre joven derramada en las calles de los barrios de las grandes ciudades.

Por eso es necesario repasar una tentativa de historia política del narcotráfico en estos arrabales del mundo. Porque el narcotráfico no es un fenómeno delictivo aislado, se trata del circuito de dinero fresco que tiene el sistema capitalista.

Enfrentar al narcotráfico es enfrentar al capitalismo.

O por lo menos reducir su ferocidad.

Y comprender las decisiones tomadas por el imperio a partir de los años setenta.

La presidencia de Richard Nixon decidió crear el Departamento Antinarcóticos del Estado norteamericano el primero de julio de 1973. Durante los años sesenta, el gobierno estadounidense impulsó, en primera instancia, el consumo de cocaína con la idea de alentar el heroísmo para ir a Vietnam; luego, a medida que avanzaba la guerra y las derrotas, la administración estatal generó la difusión de la marihuana para apaciguar los ánimos. A fines de los años setenta, Estados Unidos tenía 36 millones de consumidores y el mercado era manejado por los carteles colombianos: los Rodríguez Orejuela, de Cali, y Pablo Escobar Gaviria, de Medellín.

A finales de los años ochenta, la DEA, junto al Comando Sur del Ejército imperial, promovieron la ofensiva final contra esos carteles. El grueso del dinero de los consumidores norteamericanos y del derivado de la exportación hacia Europa debía pasar por la dirección inventada por Nixon.

Fue el momento de buscar una ruta alternativa, una plataforma de exportación distinta que llevara la cocaína y otras sustancias hacia Europa.

Surgió la geografía del segundo productor de éter a nivel mundial, este elemento químico que transforma la hoja de coca en cocaína, y ese país es la Argentina. Eran los primeros tiempos del menemismo. Se democratizó el consumo y comenzaron las exportaciones hacia el viejo continente. De esto dan cuenta diferentes expedientes judiciales en los tribunales federales rosarinos, en particular, y de cualquier otro punto del país, en general.

Un doble negocio para el capitalismo y para Estados Unidos: millones de dólares y miles de pibas y pibes controlados químicamente para que dejen de surgir revolucionarios y, en todo caso, que crezca el delito pero nunca más el pensamiento crítico y la urgencia de cambiar la realidad. Vale más un delincuente que un revolucionario. Doble negocio: económico y político.

En forma paralela, el país de los años setenta, aquel contexto del nacimiento de la DEA, era un espacio donde todavía eran posibles ciudades obreras, ferroviarias, portuarias e industriales como se daba en el Gran Buenos Aires, Rosario y Córdoba.

A mediados de los años noventa ya no quedaba casi nada de aquello.

Las llamadas reconversiones industriales fueron saqueos de las identidades barriales. El rubro servicio reemplazó al industrial y miles de chicas y chicos se quedaron sin empleo y, por lo tanto, sin futuro.

Los grandes partidos políticos miraron para otro lado. Se acomodaron a la ola de destrucción de las ciudades obreras, industriales, portuarias y ferroviarias.

En la primera década del tercer milenio, los ex barrios trabajadores mutaron en zonas rojas como sucedió en las tres grandes ciudades. Fruto también de la hipocresía de los grandes medios de comunicación que satanizaron esos puntos de la geografía urbana desde el centro de la ciudad, lugar donde se lavaba dinero desde hacía tiempo y en los que comenzaba a hablarse del boom inmobiliario.

Las pibas y los pibes empezaron a sentir su valían menos que los demás y que, para colmo, cada vez tenían menos palabras para decir lo que querían y expresar por qué no querían otro tipo de cosas.

A cuarenta años de aquella decisión del imperio, el capitalismo hace negocios sobre la sangre derramada de nuestros pibes. Es hora de darse cuenta.

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